Santa. Como el título lo indica, hace referencia a una mujer sagrada. Sofía era una santa del imperio.
Como otros días, salía después de rezarle a Dios para cumplir con sus deberes de santa. Oyó alboroto a lo lejos. Sofía se acercó en silencio en esa dirección.
Varios sacerdotes gritaban alrededor en círculo, había un niño en el medio. La santa no pudo ver con claridad la expresión del pequeño, pero eso no era importante.
De repente, uno de los sacerdotes levantó el brazo y abofeteó al niño en la cara. Sofía se horrorizó.
No pudo soportarlo más. Fuera cual fuera la razón, ¡rodear y golpear así a un niño! Sofía carraspeó en voz alta y se acercó a ellos.
Los sacerdotes se apartaron del niño, estupefactos. Sofía endureció su expresión. Cuando miró más de cerca, se dio cuenta de que la mejilla del pequeño estaba un poco hinchada.
—Santa. ¿Cómo es que ha venido a este lugar de mala muerte…?
—¿Quién es este niño?
Preguntó Sofía y miró al niño. Este levantó la mirada y sus miradas se encontraron. Esos ojos negros brillaban y resplandecían.
—No se acerque más, santa. Este niño. Hay algo extraño con su con él.
—¿Algo extraño?
¿Esa es la excusa que van a dar? Sofía intentó ahogar una carcajada ante lo absurdo de todo aquello.
—Pregunté quién es este niño. ¿Por qué lo abofetearon?
La severidad en Sofía hizo que sus sacerdotes se miraran desconcertados. Cuando nadie dio un paso al frente, uno de ellos finalmente habló.
—Se trata de un niño profano que estaba escondiéndose en el templo. Pensamos que debíamos encargarnos de él antes de que el sumo sacerdote lo vea…
—¿Encargarse? ¿Realmente planeaban quitarle la vida?
—Cualquiera que se esconda en el templo debe ser ejecutado sumariamente, sin importar la razón.
La cara de Sofía se tiñó de consternación. ¿Matarlo? ¿Sólo porque entró por error al lugar equivocado?
A Sofía se le ocurrió una solución para que el niño no fuera ejecutado. Se decía que si un niño pertenecía al templo, no podía ser castigado sólo por entrar.
Y no podía dejar morir a un niño así.
—Ese niño. Yo lo criaré.
Al decir eso, todos los sacerdotes quedaron boquiabiertos.
—¡Cómo puede una santa criar a un niño! Sobre todo uno que merece morir. No hay necesidad de que le muestre piedad.
Protestó en voz alta un sacerdote. Sofía decidió cortarlo tajantemente.
—Eso será mucho mejor que matarlo. Si sigue cuestionando mis palabras, informaré de esto al sumo sacerdote.
Los rostros de los sacerdotes palidecieron. Alternaron su mirada entre Sofía y el niño, luego se dieron la vuelta, probablemente pensando que era una batalla perdida.
Sofía dirigió inmediatamente su atención al niño. El niño parecía sombrío.
—Ya está bien. Tuviste mucho miedo, ¿verdad?
A pesar de las amables palabras, el niño se limitó a mirarla en silencio con sus ojos oscuros brillando.
(N/T: Se está volviendo salvajeeeeeee).
—Por cierto, ¿cómo te llamas? Yo soy Sofía.
—…
El niño no respondió a ninguna pregunta. ¿Será que no sabe hablar?
—¿Puedes intentar escribir tu nombre?
—No tengo nombre.
Su voz era un poco brusca y fría, impropia de un niño. Aun así, Sofía se alegró de oír por fin una respuesta.
—Ya veo. De todos modos, lamento haber elegido tu curso de acción de acuerdo a mi voluntad. Fue la única forma que se me ocurrió para salvarte.
Sofía miró al niño con atención y preguntó.
—¿Tienes algún sitio donde ir?
—…
Si no hay respuesta significa que no lo tiene. Sofía continuó.
—No tienes a dónde ir, ¿verdad? Entonces quédate aquí conmigo.
El niño cerró la boca y no dijo nada. Al ver que no se niega, parece que no puede hacer nada al respecto.
—Cuando seas mayor, podrás sentirte libre de salir. Cuando puedas valerte por ti mismo.
Justo entonces, sopló el viento y el largo pelo de Sofía ondeó en el cielo. Ella sonrió alegremente mirando al niño.
Este sólo pudo mirar fijamente la apariencia de Sofía.
* * *
Sabiendo que el niño no tenía nombre, Sofía le preguntó varias veces cómo quería llamarse, pero él sólo respondió que le llamara como quisiera. En cuanto llegó la tarde, corrió por todo el templo la noticia de que Sofía había tenido un hijo. No sólo los sacerdotes, sino también los creyentes sentían curiosidad por el niño.
Un niño de la misma santa, así que su mera presencia despierta curiosidad. Sea quien sea ese niño.
Incluso cuando Sofía iba a rezar cada hora, los creyentes y algunos sacerdotes siempre hacían las mismas preguntas.
—¿De dónde ha sacado a su hijo? ¿Lo ha traído aquí por algún tipo de poder? ¿Qué aspecto tiene? ¿Cuál es su sexo?
Y luego, siempre al final, esta pregunta.
—¿Cómo se llama?
Ante esa pregunta, Sofía sólo pudo mirar sin comprender a la otra persona. ¿El nombre del niño? ¿Qué es eso? ¿Qué es? Dijo que no tenía un hijo, pero que no podía hacerlo por su cuenta. Sofía permaneció en silencio y finalmente contestó:
—Aún… no lo sé…
La expresión de la cara de la otra persona tras oír esas palabras fue un espectáculo, pero era cierto.
Tras terminar la oración final del día, Sofía regresó a su habitación y se sentó junto al niño. Luego le acarició la cabeza. El niño se estremeció un poco, pero no se molestó en retirar la mano.
—… Tengo muchas preguntas.
Sofía retiró la mano de la cabeza del niño y murmuró en voz baja.
—Empezando con el por qué no tienes nombre, ¿cuántos años tienes? ¿Dónde vivías? ¿Cómo entraste en el templo?
Lo que más curiosidad le despertaba era el nombre, y luego cómo había logrado entrar en el templo. Puede que hubiera alguna razón, o puede que simplemente viniera a robar algo.
—Lo sé. No te gusta que te cuestionen. Aún así… Estaría bien si pudiera llamarte por tu nombre.
—… Deme uno.
—¿Eh?
Cuando Sofía escuchó bien volvió a preguntar, el niño habló de nuevo.
—Usted deme uno. Nombre. Ya se lo dije. No tengo uno.
Sofía parpadeó un momento ante las inesperadas palabras.
—¿En serio?
El niño guardó silencio, pero eso fue respuesta suficiente. Sofía cogió con entusiasmo un diccionario biográfico de la estantería.
—Te daré un nombre muy bueno.
Las manos de Sofía trabajaron duro revisando el libro, luego se frenaron un momento. Después de estar ojeando en silencio, levantó la cabeza.
—Ray. ¿Qué tal Ray?
En un instante, la cara del niño se iluminó de sorpresa. Como fue un momento tan fugaz, Sofía no se dio cuenta.
—¿Te gusta?
—… Sí.
—¿Puedo llamarte por ese nombre?
Sofía bajó la cabeza y miró a Ray.
—Ray.
—… Sí.
—A partir de ahora, cuando te llame Ray, tienes que contestar, ¿vale?
—… Vale.
Cuando Ray contestó con calma, Sofía asintió satisfecha. El día pronto se hizo oscuro. Mientras ella empezaba a hacer la cama, Ray hizo una pregunta, encontrando algo extraño.
—Disculpe.
—¿Sí?
—… No puede ser. ¿Estaremos durmiendo juntos?
—Sí. ¿Te resulta incómodo? La cama es ancha, así que estará bien.
En respuesta a las palabras de Sofía, Ray se sentó en el borde de la cama sin decir una palabra.
—Buenas noches, Ray.
Con las buenas noches de Sofía, las luces del lado de ella se apagaron. ¿Cuánto tiempo había pasado? Ray confirmó que Sofía dormía y se levantó lentamente. Se sentó en la cama y miró el rostro femenino durmiendo.
—…
Ray se quedó contemplando así durante un largo rato y luego volvió a tumbarse dándole la espalda. El sonido de la respiración de otra persona a sus espaldas le resultaba tan desconocido.
* * *
Al día siguiente. Sofía se despertó frotándose los ojos y se sobresaltó al ver a Ray mirándola a la cara.
—Eh… Ray. ¿Has dormido bien?
—… Sí.
Parece que no fue capaz de despertarla y se limitó a mirarle. ¿Había dormido tanto? Sofía apenas logró incorporarse. Por alguna razón, se sentía cansada a pesar de haber descansado. Y… sentía dolor en los pezones y en la parte baja. Probablemente era una ilusión.
Después de asearse y cambiarse de ropa, Sofía trajo el desayuno de por allí y desayunó con Ray.
Luego se lo llevó para presentarlo a los del templo. Como ahora viviría ahí, pensó que sería buena idea familiarizarlo con mucha gente. Sofía también visitó a los sumo sacerdotes para saludarlos. Aunque no eran tan poderosos como el sumo pontífice, tenían autoridad en este templo por derecho propio.
—Santa, ¿en qué podemos ayudarla?
—Saludos.
Dijo Sofía, sosteniendo la mano de Ray a su lado.
—Este chico se llama Ray. Estará conmigo a partir de ahora, así que espero que lo recuerden.
Cada sumo sacerdote reaccionó de forma diferente, mirando a Ray con detenimiento o sin prestarle atención. Aunque fueron reacciones distintas, lo cierto es que todos notaron a Ray.
Mientras la santa y los sumo sacerdotes hablaban, los demás solían estar fuera o de pie en un rincón. Ahora seguía siendo así. Nadie prestaba atención a varios de los sacerdotes con la cabeza inclinada. Sin embargo, estos se sintieron desanimados cuando vieron a los sumo sacerdotes mirando a Ray. Resultaron ser los mismos que habían acosado a Ray antes.
Si ese niño les delataba con los sumo sacerdotes después de la santa, era obvio quienes serían expulsados.
Nerviosos, se reunieron al final del día sin necesidad de acordarlo. Probablemente todos pensaban lo mismo.
—Maldición. ¿Qué demonios está pasando aquí? Todos estamos muertos de miedo por cualquier palabra que diga este chico para expulsarnos.
—¿Y ahora tendremos que estar en la cuerda floja?
Bastardo con suerte. Uno de los sacerdotes rechinó los dientes y recordó la cara del niño que había visto hoy. Ugh. Tembló al recordar sus espeluznantes ojos. Objetivamente hablando, era un niño de aspecto bonito, pero mirar esos ojos brillantes ponía la piel de gallina.
—¿Qué haremos? ¿Vamos a quedarnos así?
—Qué se puede hacer si la santa le cuida la espalda.
—¿Dices que nos quedemos quietos hasta que ese cabrón nos delate?
No importaba lo que intentaran hacer, la santa era un obstáculo. Para tocar al niño tendrían que pasar sobre la santa. Eso era algo imposible. Esa clase de persona era la santa.
Los sacerdotes, incapaces de hablar, estaban sumidos en la preocupación. En ese momento, uno de los sacerdotes habló.
—El problema es él, ¿verdad?
—Sí.
—Si desaparece o muere, no tiene porqué afectar a la santa, ¿no?
Todo lo que tienen que hacer es no tocar a la santa. Pero es casi imposible, así que vuelven a estar en el punto de inicio. Uno de ellos gritó, casi enfadado.
—¿Dices eso? Pero si ese niño se pega a la santa como un imán. ¿No lo has visto hoy?
—Puede ser cuando ella se separa de él. Ya saben
—¿Cuándo es eso?
—En la oración vespertina.
Originalmente, la santa asistía a las oraciones todos los días, pero después de que vino el niño, rara vez lo hacía. Aún así, había una oración que no se perdía, y esa era la oración de la comida.
—¿Dices que entremos a su habitación cuando la santa se vaya?
—Por supuesto. Y desaparecerá sin que lo vea un ratón o pájaro. ¿Crees que la santa podrá encontrarlo después?
Todos los sacerdotes soltaron una risita al unísono. Si lo noquean y dejan en algún lugar desconocido, nadie lo sabrá. Él niño no podrá encontrar a la santa, y nunca la verá volver. Si se resiste demasiado, pueden matarlo a mitad de camino. Así no perderán contra alguien tan joven.
Los sacerdotes prometieron reunirse mañana y se dispersaron a sus habitaciones.
***
Ray estaba tumbado en la cama. Sofía ya se había ido, diciendo que volvería después de rezar.
Fue en ese momento. Se oyó el ruido de la puerta al abrirse. Era imposible que Sofía haya regresado. Ray se levantó en silencio y rápido.
Los sacerdotes fueron quienes abrieron la puerta y entraron. Al verlos entrar sin vacilación, Ray los reconoció inmediatamente como aquellos que lo habían golpeado.
—Qué demonios.
—Cierto. Lo pensé antes pero tienes un vocabulario atroz, ¿no?
Los sacerdotes entraron en la habitación y lo rodearon. Ray los observó en silencio.
—Eh. No para palabrerías. Tratad con él de inmediato.
—Entendido.
Los sacerdotes no venían con las manos desnudas. Todos tenían espadas y sostenían pequeños garrotes. Armas con el tamaño suficiente como para ocultarlo dentro del uniforme sacerdotal.
—Buen chico. Quédate callado, ¿de acuerdo?
—Qué bueno sería si lo hubiéramos echado del templo en silencio. No habría necesidad de hacer eso.
Todo lo que decían era contradictorio. Ray se rió de ellos y cogió el libro que yacía a su lado. Aunque no era muy grueso, era suficiente para golpear. Balanceó el brazo y golpeó en la cara a uno de los sacerdotes que se acercaban.
¡Punch! El sacerdote golpeado en el rostro cayó indefenso. Los demás observaron esto y apretaron sus respectivas manos sosteniendo sus armas.
Era ridículo ver a un grupo de sacerdotes atacar a un niño a la vez. Sin embargo, ellos estaban demasiado nerviosos para siquiera pensar en tales cosas. Esto se debía a que una energía increíblemente maligna emanaba de ese pequeño niño.
—Esto, esto…
—¿Qué estáis haciendo? ¡Que alguien se acerque ya!
Todo lo que hicieron fue hablar, pero nadie se acercó. Mientras tanto, el niño sí lo hacía, sosteniendo el libro con sangre en las esquinas.
—Uh, uhm…
Uno de los sacerdotes gimió y luego apretó los dientes.
—¡Aaaah!
Soltó un gruñido y blandió su espada contra Ray. Pero antes de que pudiera alcanzarle, la mano de Ray agarró violentamente la hoja.
—Urg. U-urg.
Mientras el sacerdote luchaba por mover la espada, el agarre de Ray se hizo más fuerte. De la palma de su mano rezumaba sangre roja por el lado afilado de la hoja. El líquido goteaba por el cuchillo. En cuanto el sacerdote que vigilaba a Ray vio la cara de Ray, soltó la espada y cayó sobre su propio trasero.
—Q-qué.
Los ojos de Ray parecían extraños. Brillaban como si fueran a devorar al sacerdote. No se detuvo ahí. Fwosh. Thump. Hubo un sonido crepitante procedente de Ray. El sacerdote lo miró con cara de miedo y gritó.
—Salvadme… Ayudadme… L-lo que sea… Hacedlo. Entonces…
El sacerdote arrastró su cuerpo hacia atrás, temblando. Aunque se alejaba, sentía que aquellos ojos se le acercaban. El sacerdote no pudo superar su miedo. El pánico se apoderó de él y se acurrucó como un gusano, gritando, sin importarle su aspecto.